La Contrarreforma de la ley de extranjeria
Es paradójico que en un momento
socio histórico en el que se apuesta por la libertad de comercio, la libertad
de mercado, las autopistas de la información, en definitiva por la mundialización
y la globalización, la libertad de la persona humana a desplazarse por su
territorio, el planeta tierra, jamás haya estado tan limitada y restringida.
¿En un mundo que camina hacia la creación de espacios
interestatales cada vez más amplios, podemos seguir manteniendo las políticas
de cierre de fronteras? ¿La apertura favorece o dificulta la regulación de los
flujos migratorios? ¿La inmigración pone en peligro la cohesión social y el
empleo de los nacionales? ¿Es moralmente aceptable restringir el derecho de
cualquier persona a buscar y establecerse en espacios más favorables para el
desarrollo humano?
Son estas cuestiones de evidente
trascendencia que se encuentran en el fondo de las, en mi criterio, erróneas
motivaciones de la contrarreforma de la vigente Ley de Extranjería L.O. 4/2000
y cuyo debate debería haber sido previo a comenzar cualquier movimiento
legislativo de reforma.
Desde hace algunas semanas
venimos asistiendo a un auténtico bombardeo de declaraciones y noticias,
tendenciosamente presentadas, cuyo objetivo sería justificar la modificación
de la actual Ley 4/2000. Poco importa la inconsistencia de los argumentos o la
exageración demagógica de los acontecimientos. Todo es válido para crear una
opinión publica favorable a la reforma de una Ley a la que apenas se le ha dado
la posibilidad de desarrollarse reglamentariamente y que pasará a los anales
legislativos como la Ley Orgánica más breve de la legislatura democrática
española desde 1975.
Que nadie se llame a engaño, la contrarreforma emprendida por
el Gobierno significa un regreso a la vieja Ley de extranjería de 1985. Su
contenido coincide con las enmiendas que el Ministerio del Interior introdujo en
el mes de diciembre pasado en el debate parlamentario, con algunas pequeñas
concesiones a los nacionalistas canarios y catalanes: y la suavización de las
aristas más agudas que hubieran dado lugar a un amplio
movimiento de recursos ante el
Tribunal Constitucional y que tienen como objetivo hacer la reforma digerible a
los sectores más reticentes.
El texto diseña una política
de cierre de fronteras todavía más restictiva que generará, pues la presión
migratoria no depende de los controles,.unos crecientes intentos de penetración
ilegal ante la dificultad-imposibilidad de obtener visados y hacerlo legalmente,
y el inevitable surgimiento de mafias organizadas que tratarán de superar tales
controles. Se dificulta la movilidad y se fomenta la irregularidad, pues quien
ha logrado penetrar en la fortaleza, legal o ilegalmente dificilmente saldrá si
se tiene en cuenta la casi imposibilidad de regresar.
Es urgente debatir la opción
cierre-apertura, más o menos controlada de fronteras .La realidad socio histórica
más próxima nos demuestra que una política más flexible de control de
fronteras no conduce a un incremento insoportable del flujo de inmigrantes
irregulares. Por el contrario la experiencia en centro Europa (Chequia, Polonia,
Hungría)
pero también en el Sur (España,
Grecia, Portugal) muestran que a una apertura y flexibilización de los
controles se sigue una situación de mayor movilidad de los desplazamientos
migratorios, una tendencia a un mayor número de residentes temporales, a una
disminución de la residencia permanente y desde luego a un aumento de la
regularidad documental.
Los datos de estos últimos quince años nos dicen que el flujo migratorio no ha descendido pese al mayor control de las fronteras. Lo que si ha habido es un incremento notable de las situaciones de irregularidad administrativas generadas por una política de visados y permisos poco razonable y rígida.
Se habla de integración social
de los inmigrantes, pero solo referido a los inmigrantes residentes legales. Sin
embargo, el problema fundamental no es el de los residentes con papeles, el
escollo fundamental para el desarrollo de una política convenientemente
integradora es precisamente tratar de eliminar la irregularidad.
Las asociaciones de empresarios,
así como los estudios de los consorcios bancarios señalan la necesidad de mano
de obra inmigrante en número mucho mayor al hasta ahora fijado por el gobierno
en los contingentes anuales; sin embargo se somete la contratación a unos
controles administrativos que resultan insoportables para cualquier economía de
mercado. Una cosa es facilitar, organizar la llegada de trabajadores
extranjeros, mediante políticas de cuotas nacionales y otra muy distinta
limitar el derecho de las empresas a contratar aquel personal que entienda más
adecuado para sus intereses empresariales.
Así, nos encontramos con
amplios sectores económicos carentes de mano de obra adecuada e imposibilitados
de completarla con trabajadores extranjeros como consecuencia de la rigidez del
control administrativo y una supuesta protección de la situación nacional de
empleo. Todo ello produce contratación irregular, con un elevado coste social y
un aporte público prácticamente nulo. Las necesidades empresariales y del
mercado laboral exigen la inmediatez de la contratación, sin dilaciones y
controles inútiles.
Se achaca al incremento de
inmigrantes un supuesto aumento del desempleo, pero la realidad socio laboral
española demuestra la no dependencia automática de tales factores. En efecto,
España en el año 1985, en que empieza a notarse el flujo inmigratorio, contaba
con una tasa de desempleo del 24 por 100. En la actualidad, con un notable
incremento del número de inmigrantes, el paro ha descendido a un 9 por 100 y
continuará descendiendo pese al seguro incremento de inmigrantes.
Ello evidencia algo que ya se
había demostrado en países que ya fueron sometidos a un flujo inmigratorio
importante: Suiza, Alemania, Francia y otros, la existencia de una segmentación
laboral entre trabajadores nacionales y extranjeros consecuencia de la
impermeabilidad y escasa comunicabilidad del empleo nacional y extranjero.
Finalmente, no puede ignorarse
que el fenómeno migratorio es también un fenómeno global que afecta a los 5
continentes. Es cierto, que los flujos migratorios hacia Europa han aumentado
espectacularmente tras el parón de los años 70. Pero, también es cierto que
las migraciones internacionales son -y parece que continuarán siendo
-principalmente interregionales. Los flujos hacia las zonas más desarrolladas
(Europa Occidental, Australia o América del Norte) son minoritarias si las
comparamos con los flujos en los llamados países del sur.
Por ello no parece lícito
argumentar con el peligro de la invasión cuando en realidad es una porción
pequeña de personas, porcentualmente hablando, aunque creciente, la que
actualmente se dirige desde el sur a Europa. Lo que si hay que tener en cuenta
es que el fenómeno de la migración es un proceso global cuya carga más
importante es sostenida paradójicamente por los países del sur, y que por
consiguiente a todos nos corresponde pensar en su solución, no parcial, sino
global. Deben destacarse la importancia de las políticas de ayuda al desarrollo
como reguladoras de flujos migratorios. Pero es conveniente no olvidar que solo
un cambio de las actuales estructuras socioeconómicas globales permitirá
actuar sobre las tendencias que impulsan a las personas a emigrar. Solo de esta
manera se conseguirá disminuir el flujo migratorio como necesidad vital de búsqueda
de unas condiciones dignas de vida humana.
Desde sectores ideológicamente
tan dispares como el Vaticano, o Movimientos sociales y políticos progresistas
se extiende la idea de la necesidad de pensar un mundo no sometido a los
restrictivos límites estatales y la necesidad de extender, no solo de palabra
la universalidad de los derechos humanos, entre los que sin duda se encuentra el
derecho a la libertad de desplazamiento, no solo en el interior de las fronteras
estatales, sino el de traspasar de dichas fronteras.
Si ello es así, no es realista, ni políticamente correcto, ni moralmente aceptable, una regulación y control de los flujos migratorios cuyo único componente sea el cierre de fronteras y una concepción muy restrictiva de los derechos de las personas.